No se puede empezar un texto, que se muestra contrario a que la interpretación sea modelo de relación con las obras de arte, sin referirse a la colección de ensayos que Susan Sontag publicó en el sesenta y seis, y que tituló, con la intención de dejar clara su posición, Against Interpretation. Me alegra coincidir con Sontag en el hecho de que, frente a una obra, si es necesario decir algo, que ese algo sea información. Información centrada en indicar cómo es lo que es, así como qué es lo que es “how it is what it is, even that it is what it is”. Sin embargo, siempre he discrepado de su defensa de la sensualidad del arte y todo lo que ello comporta sobre las pautas de relación del espectador con los objetos artísticos, porque traslada la valoración de los mismos a categorías del ámbito de las filias y de las fobias, además de condicionar la percepción del arte a una relación necesariamente sensitiva.

La frase de Sherlock Holmes -en The Return of Sherlock Holmes (1905)- que dice así: “What one man can invent another can discover” (Lo que un hombre puede inventar otro lo puede descubrir) sería muy del gusto de aquello que defiende Rancière en su obra El Espectador Emancipado escrita en el dos mil ocho. Así lo creo porque Conan Doyle desliza, en dicha frase, la palabra descubrir donde todo parecería indicar que deberíamos encontrar la palabra descifrar. En ese sentido, la relación que defiende Rancière, entre espectador y obra de arte, es la de quien trata de extraer significados. Además, Rancière defenderá que el motor de la interpretación de la obra es la capacidad de ésta para producir extrañeza. Esto, llevado al extremo, supondría aceptar que cualquier artista que se exprese sin dobleces y con claridad no estaría cumpliendo con su parte del acuerdo, por presentar al público aseveraciones incapaces de soportar proyecciones interpretativas, y que el arte que produjera, ese tipo de artista, debería ser considerado de una cualidad menor por su obviedad y falta de ingenio.

Para esta exposición, titulada Confort, Antonio Ortega nos presenta un par de mesas decoradas con un arreglo en el centro que queda oculto bajo una capa de espuma de poliuretano embellecida, a su vez, bajo una capa de pintura.

La historia del arte nos ha mostrado que todo aquello que un artista usa es susceptible de albergar significado, incluso si el artista elige azarosamente los materiales, el propio método de elegir mediante la casualidad, también es contenido. Por ello, los elementos que conforman esas esculturas sobre la mesa son, potencialmente, objetos capaces de emanar contenido. Pero, al estar encerrados, la posibilidad de traducirlos, de su forma física a la palabra, queda suspendida. Sólo destruyendo la obra, para urgar entre el poliuretano y descubrir qué hay dentro, podremos llegar al objeto inaugural y, de ese modo, poder elucubrar sobre qué mensaje ha ocultado el artista. Aunque la cuestión no sea la de elucubrar sobre qué hay escondido, sino la de analizar qué significa la operación de esconder algo.